Un sueño toma forma en Tamil Nadu, India

Hace poco más de cinco años, la Compañía de Jesús marcó un nuevo hito en la India con la creación de la provincia de Chennai. Surgida de un sueño largamente acariciado por las comunidades del norte de Tamil Nadu, esta nueva provincia no fue resultado de una estrategia de expansión ni de una cifra récord de jesuitas, sino de una necesidad profunda y genuina: llegar a las personas más olvidadas.
Todo comenzó con una constatación que removió conciencias. A pesar de que Tamil Nadu contaba con una sólida presencia jesuita, el norte de la región, densamente poblado por comunidades dalit, tribales y cristianas marginadas, carecía de atención institucional. A excepción de la Universidad Loyola, fundada en 1925, el vacío educativo y social era evidente.
Un territorio con voz propia
Hoy, la provincia de Chennai cuenta con 192 jesuitas y una edad promedio de 42 años. Opera en 22 localidades diferentes con más de 43 unidades misioneras, que van desde centros sociales y educativos hasta espacios de formación profesional y acompañamiento comunitario. No se trata simplemente de una expansión geográfica, sino de una estrategia centrada en el corazón de la misión: la acción social.
«La fortaleza de nuestra provincia es el trabajo con las personas marginadas», afirma Vasanth Kumar SJ, director de la Oficina para el Desarrollo de la Provincia de Chennai. «Tenemos el convencimiento de que la transformación comienza desde abajo, con quienes han sido históricamente excluidos». Por ello, la educación se ha convertido en una de las piedras angulares. Han surgido nuevas universidades y colegios en zonas rurales, y cada institución está pensada para atender a comunidades de primera generación educativa, aquellas que pisan por primera vez una escuela o universidad.
Pero la educación formal no es suficiente. «Trabajamos en la concienciación de padres y madres sobre la importancia de enviar a sus hijos a estudiar. Capacitamos a mujeres, ayudamos a jóvenes a encontrar empleo y fortalecemos a los colectivos para que puedan exigir sus derechos», explica el jesuita. En cada rincón, se construyen federaciones y liderazgos comunitarios con la esperanza de que, algún día, estas personas puedan defender su dignidad sin necesidad de intermediarios.
El renacer silencioso de una comunidad tribal
En las vastas llanuras del sur de la India, entre 60 y 70 aldeas dispersas, vive una de las comunidades tribales más numerosas y, al mismo tiempo, más invisibles del país: la comunidad Irulars. Esta etnia, una de las 37 reconocidas tribus de Tamil Nadu, ha encontrado en el centro jesuita Palavai un punto de encuentro, resistencia y esperanza.
El pueblo Irulars, tradicionalmente conocido por el pastoreo, ha sobrevivido durante generaciones a base de trabajos precarios y duros. Su vida cotidiana está marcada por actividades que otras personas evitarían: capturan ratas en los campos para alimentarse, atrapan serpientes, cortan caña de azúcar y talan árboles. Hoy sobreviven trabajando en hornos de ladrillos, donde la jornada es larga, el trabajo agotador y la retribución mínima. Desde hace más de 40 años, esa es su rutina. Viven en chozas improvisadas, sin acceso a viviendas dignas, agua potable o servicios básicos.

De la fábrica a la escuela
Pero detrás de esta imagen de marginación también hay movimiento, esfuerzo colectivo y esperanza. Desde 2014 el centro de acción social Palavai trabaja incansablemente en unas 75 aldeas. Allí, muchas familias migran con frecuencia para buscar trabajo estacional, llevando consigo a sus hijos e hijas. La educación se vuelve un lujo imposible. Para enfrentar esto, nació el programa 'De la fábrica a la escuela', que busca devolver la niñez a niñas y niños, y no al horno de ladrillos.
«Sabemos que no podemos cambiar de golpe su forma de vida, pero sí podemos ofrecer alternativas», dice una de las coordinadoras del proyecto. El enfoque no es prohibir el trabajo, sino crear oportunidades reales: emprendimientos propios, acceso a la educación, y, sobre todo, generar arraigo.
Las mujeres, muchas veces invisibles en estos procesos, también reciben atención específica. Desde talleres de emprendimiento hasta formación financiera básica, el objetivo es capacitarlas para que puedan ahorrar, generar ingresos sostenibles y, sobre todo, sostener la educación de sus hijas e hijos.
Todo comenzó con un pequeño restaurante. Un puñado de mujeres decidieron unirse para abrir un negocio comunitario. No era solo un espacio donde servir comida; era un símbolo de independencia. Pronto, a su lado, nacieron pequeñas tiendas, una tras otra, regentadas por otras mujeres de la comunidad. Cada una con una historia, cada una con una necesidad de ser vista.