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Agua para la vida

Escrito por Felipe Nitsche, técnico de cooperación internacional de Alboan
Agua para la vida

Se dice que “donde hay agua, hay vida”. Una frase que parece ser una verdad de Perogrullo, pero que en la realidad podría escarpase en el sentido más amplio de la conciencia humana. Quizás habría que preguntarse ¿Qué significa que el agua sea vida? No es algo trivial si pensamos al planeta como un cuerpo y al agua como las venas que recorren la tierra, es decir, cómo estas venas transformadas en ríos se interconectan con los ciclos vitales de la naturaleza.  De hecho, fue Leonardo da Vinci en el siglo XV que, en su tratado sobre el agua, describió esta metáfora y de desde donde hoy en día podemos aseverar que la disponibilidad, acceso y uso del agua no solo puede determinar la vida del planeta, sino que también la salud de las personas y la sintomatología de la tierra. 

En nuestra cotidianidad, el agua ocupa un rol preponderante en nuestros procesos vitales. Ninguna persona en el mundo puede ignorar que el agua es el centro de nuestros hogares, de nuestros espacios de trabajo, de los centros de estudio, de las actividades agrícolas y de un sin número de otros espacios de la vida diaria. Incluso, en el ámbito cultural, religioso y/o espiritual el agua es creación, comunidad y representa la unión de muchos pueblos. San Francisco de Asís en el Cántico de las Criaturas evoca a “la hermana agua”, llamándola útil, humilde, preciosa y casta, honrando y alabando al Creador. Pese a que la historia avala la importancia de este elemento vital, lo cierto es que actualmente el efecto del agua tiene un impacto diferencial en las personas, especialmente en las zonas con estrés hídrico, afectando mayoritariamente a familias productoras de países de bajos ingresos que luchan constantemente por satisfacer sus necesidades diarias de agua, alimentos y servicios básicos.

Esto es especialmente delicado para las mujeres y las niñas, las personas con discapacidad, los Pueblos Indígenas y las personas migrantes y refugiadas. Esta lectura de la realidad me ha interpelado a reflexionar cómo hacer frente a estos retos de acceso al derecho humano al agua intentando dar soluciones efectivas y afectivas junto a las organizaciones aliadas presentes en los territorios, en particular, en Colombia. La historia de acompañamiento comenzó el año 2006 con el impulso y fortalecimiento de procesos organizativos para la gestión comunitaria del agua y que hoy se traduce en el abastecimiento de agua potable a centenares de familias que habitan los sectores rurales, muchas veces aislados y olvidados por el Estado.  

 

El efecto hídrico es invisible a los ojos


Es difícil creer que existe una alta fragilidad de los recursos hídricos cuando vemos que el agua está constantemente presente en nuestro día a día, especialmente cuando la bebemos, cuando nos duchamos, cuando lavamos o cuando regamos el jardín, pero, dependiendo en qué lugar del mundo nos encontremos, esta fragilidad será más manifiesta o no. Los informes de la ONU señalan que más de 2.400 millones de personas viven en regiones con escasez de agua y que en este gran planeta azul que habitamos solamente el 2,5% del agua es dulce y el 0,01% es potable. Si hemos nacido en un país que está dentro de este 0,01%, entonces tenemos suerte de estar ahí, ya que los números reflejan que el suministro de agua está lejos de distribuirse por igual y, lo que es más preocupante, su disponibilidad está disminuyendo dramáticamente producto del cambio climático y del embaucador nivel de desarrollo económico de ciertos países.

Los factores de esta disminución tienen una base antrópica cada vez más difícil de mitigar, y la realidad nos muestra que cada vez contamos con menos agua para beber, para cultivar o producir los bienes o servicios que necesitamos debido al rápido crecimiento de la población (seremos más de 9 mil millones de habitantes para el 2050), a la contaminación y la mala gestión del agua. Pero, vamos un poco más allá de lo visible ¿tendremos que cambiar nuestra manera de producir nuestros alimentos? Todo parece indicar que sí: las tres cuartas partes de toda el agua dulce están destinadas a la agricultura. Al ver los territorios, pienso que necesitaremos responder colectivamente para producir más con menos agua y de buscar soluciones basadas en la naturaleza y la economía circular para el tratamiento y reutilización de aguas residuales que permitan una ordenación integrada del agua y el suelo que habitamos.

 

Promesa y transformación


Cuando pienso en la promesa central y transformadora de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus ODS de “no dejar a nadie atrás”, es inevitable pensar en la inseparabilidad de la vida y la conexión que tenemos con los recursos naturales. Desde que comenzó mi camino para la restitución del derecho humano al agua mediante un trabajo constante y sonante en 2023 junto a las personas y comunidades de las zonas rurales en Colombia, comencé a centrarme en cómo lograr que el acceso al agua pase de ser un privilegio de algunos, a ser un derecho efectivo de todas las personas.

No deja ser sorprendente la capacidad de resiliencia de las comunidades para hacer efectivo un derecho que nunca debió suspenderse o desaparecer de las raíces de donde habitan y que hoy se materializa en un proyecto de ley para acueductos comunitarios impulsado por un esfuerzo colectivo de organizaciones comunitarias y desde las articulaciones con los gobiernos locales. Me atrevo a decir que las comunidades son ejemplo de trabajo firme y responsable en sacar el mayor provecho de los recursos hídricos porque entendemos de manera mancomunada que el agua es un bien imprescindible para el equilibrio de los ecosistemas y de la supervivencia humana. Si bien tomar conciencia de una respuesta concreta y necesaria mediante la inversión en infraestructuras hídricas es importante, más importante aún es la educación ambiental de las nuevas generaciones sobre el cuidado del agua frente a un modelo de consumo que promueve prácticas extractivistas y desechables basadas en el “usar y tirar” sin valorar lo suficiente los recursos que tenemos a nuestro alcance. 

El proceso del derecho humano al agua que se viene construyendo “mano a mano” con las familias campesinas es como una gota en el océano. Entre tanta agua disponible, aquella gota es la única que se podría beber. El acompañamiento y la construcción colectiva se ha convertido en un llamado de conciencia que sobrepasa el suministro de tecnologías, de formaciones o de las metodologías empleadas. Se trata primero de un de un movimiento ciudadano planificado y donde las tomas de decisiones son participativas y consensuadas. Quizás este sea el mejor ejemplo de “no dejar a nadie atrás”, porque sin comunidades cohesionadas no se podrían impulsar los proyectos que estamos llevamos a cabo y avanzar con los cambios sustanciales de acceso y saneamiento de los sistemas hídricos del sector rural, así como de cada casa y cada familia. La gestión comunitaria del agua comienza por entender el comportamiento de la naturaleza y el uso adecuado de la biodiversidad para los sistemas productivos y que al final de todo se traduce en el cuidado de la “casa común”. Cada uno de nosotros y nosotras tiene un papel en esta misión. Todo está conectado en una relación continua entre Dios, los seres humanos y la Tierra, así que la pregunta es ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan?