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Participación en la Conferencia sobre Cambio Climático COP-23

Alicia Alemán en COP-23. Bonn

Nuestra compañera, Alicia Alemán Arrastio, y Pedro Landa reflexionan sobre su participación en el evento promovido por Ecojesuit, en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

 

Humano, humilde y sólido. Una reflexión sobre nuestra experiencia en Bonn

Pedro Landa y Alicia Aleman Arrastio

Nos brota el agradecimiento cuando reflexionamos sobre nuestra experiencia en la ciudad de Bonn en Alemania. Acudimos allí como representantes del grupo motor de la red Justicia y Minería, invitados por nuestra red hermana ECOJESUIT. El lugar era extraordinariamente bello: un colegio jesuita en un paisaje salpicado de los colores de otoño y un pequeño rebajo de ovejas. El evento lo organizaba ECOJESUIT como un evento paralelo a la cumbre oficial que se estaba llevando a cabo en Bonn,  llamada COP23 (conference of the parties), para hacer frente al cambio climático y organizado por las Islas Fidji. Nos habíamos reunido allí para reflexionar sobre la aportación que desde las diferentes organizaciones y redes jesuitas, y bajo el impulso de la Encíclica Laudato Sí, podíamos hacer al esfuerzo global por un planeta más justo y sostenible.

 

Nosotros fuimos para hablar de las luchas de las gentes  y las comunidades afectada por las industrias extractivas en diversos  lugares del mundo y, especialmente, los pueblos indígenas. Presentamos la numerosa información que hemos ido acumulando sobre las violaciones masivas de los derechos humanos asociados a la extracción de recursos naturales, las graves impactos sociales y ambientales,  el desplazamiento de personas, la ruptura de comunidades, las almas aterrorizadas: extracción, destrucción y criminalización. Desafortunadamente, no pudimos presentar evidencia de que muchas de las tendencias más negativas se estén revirtiendo. Humano, muy humano.

 

Pero también hablamos de la resistencia de pueblos indígenas y otras comunidades, de la solidaridad internacional, del acompañamiento profundo, de pequeñas victorias en procesos legislativos y judiciales, de una mejor gobernanza de algunos sitios mineros and iniciativas que van surgiendo aquí y allí para crear un tiempo y un espacio de esperanza.  Humildes contribuciones, pero sólidas en su simplicidad. Humilde, porque somos conscientes de nuestros minúsculo tamaño y la talla inmensa del desafío. Pero también sólido. Porque el pasar de los años nos ha ido dando mayor claridad sobre lo que podemos hacer y con quién y cuándo. Podemos recorrer un camino junto a otras organizaciones católicas como CIDSE para presionar por un tratado vinculante sobre derechos humanos y empresas. Podemos caminar también junto al Movimiento Católico Mundial contra el Cambio Climático en el esfuerzo por promocionar una inversión ética y una desinversión y promoverlas entre nuestras organizaciones, como lo han hecho la provincia australiana, la canadiense y la italiana y organizaciones como Georgetown. Podemos unir nuestra manos junto a ECOJESUIT para concienciar a la ciudadanía sobre actitudes y estilos de vida que cuiden nuestra casa común, como es el caso de la campaña tecnología libre de conflicto. Podemos identificar oportunidades para la investigación, la incidencia, la educación y otras experiencias que promueven un planeta en paz y sostenible. 

 

El evento de ECOJESUIT también tuve algo de sólido. Sólido en estos tiempos líquidos y hasta gaseosos. Sólido porque nos había llegado como una bendición una encíclica que precisamente nos confirmaba nuestras peores intuiciones: que la cultura del descarte del paradigma tecnocrático y el llanto de las personas pobres están detrás de todas las ondas de extracción. Sólido también por la esperanza que nos da en una vida más sencilla, una nueva cultura de la solidaridad, un nuevo modelo de producción y consumo y el consuelo de la belleza. 

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