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10 días en el corazón de Siria

10 días en el corazón de Siria

Iván Bénitez, periodista

Si es complicado entrar en Siria, lo es más aún salir de sus entrañas.  Después de meses de gestiones durante el año 2017 para conseguir el visado, recibo una llamada en pleno mes de enero de 2018: “Señor Benítez, le han concedido el visado para viajar a Siria…”. Las palabras de la funcionaria cayeron sobre mí como un jarro de agua fría. No lo esperaba después de tanto tiempo. Mientras asimilaba el mensaje, ella continuó hablando: “Pero tiene que confirmar su intención de viajar esta misma semana. Debe presentarse en Madrid con el pasaporte, el billete, la lista de material que va a llevar... Y, una cosa más, el visado sólo es para 10 días”. Y colgamos.  Al colgar, los dos primeros rostros que vinieron a mi mente fueron los de mi hija y mi mujer. ¿Y si me pasa algo?, me pregunté mentalmente. Helena es tan pequeña... Las últimas noticias de Siria, tras casi siete de años de guerra, no son demasiado optimistas. Los bombardeos se sucedían a pocos kilómetros de Alepo y Damasco. A la angustia inicial, sin embargo, sobrevino una extraña sensación de calma. La imagen del hermano Georges Sabé, Marista Azul de Alepo, recogiendo el Premio Internacional ‘Navarra’ a la Solidaridad en 2016 me tranquilizó. Me vinieron a la cabeza las palabras que dijo el día de la entrega del premio : “Para ser consciente de lo que está pasando en Alepo, en Siria, hay que vivirlo desde dentro. Los medios aportan una idea muy limitada”. Palabras que me marcaron a fuego. Los días previos al viaje, intenté mantener la calma en casa y en el trabajo. Pero fueron noches en vela, preguntándome con qué me me iba a encontrar… Mientras tanto, Georges Sabé y su sobrina Liliane, desde Damasco, se encargaban de alisarme el terreno.

Entré a Siria por el Líbano, en taxi. Al llegar a Beirut me esperaba Samer, un hombre de confianza de los Maristas Azules. Cruzamos la frontera de noche. Una noche fría y lluviosa. Los bombardeos se habían intensificado en Guta, uno de los barrios de Damasco, y los ánimos entre los militares se reflejaban en sus rostros. Chicos muy jóvenes. Siria me daba la bienvenida por una autopista perfectamente asfaltada, sin iluminación. Veintidós kilómetros a oscura... y lloviendo. Y en Damasco más de lo mismo. El sonido de las bombas se sumó a la bienvenida. Se escuchaban tan cerca… A la mañana siguiente, sin embargo, lucía el sol desde muy temprano. Un 14 de febrero. Día de San Valentín. Y mi ánimo se vino arriba al descubrir que la ciudad, a pesar de todo, mantenía el pulso. Me alojaba en la habitación 103 del Hotel Sultan. Aunque tenía previsto llegar a Damasco y salir al día siguiente hacia Homs y Alepo, las gestiones de los permisos me obligaron a permanecer tres días más en la capital. Con un funcionario del Ministerio de Información siempre pegado a mí, un buen tipo que ha estudiado en Salamanca, esos tres días descubrí el significado de la voluntad de vivir del pueblo sirio.

Como repiques de campanas, las explosiones se encadenaban a diario en la capital siria. Ese 14 de febrero, los más jóvenes celebraban San Valentín en la calle. Las parejas se regalaban ramos de flores, compartían almuerzo en una terraza del barrio cristiano pegado a Guta, los niños salían del colegio... La vida seguía su curso, como si nada.

Siria es la vida y la muerte. El cielo y el infierno. Al pasear por sus calles, por Damasco, Alepo y Homs, y comprobar el estado de ánimo de las estudiantes universitarias -la mayoría de los hombres están en la guerra-, descubrir la destrucción de los barrios, el nivel de pobreza, la cantidad de frentes que aún existen, el miedo de los reservistas a ser llamados a una guerra que creen que va a ser aún más sangrienta que hasta ahora, escuchar sus miedos... Cuando uno lo vive en la piel, comienza a comprender muy bien por qué las personas refugiadas no quieren volver a sus hogares.

Existe desesperanza y voluntad de vivir al mismo tiempo. No puedo dejar de pensar en Shaman, un joven universitario de 22 años, número 2 de su promoción en Ingeniería Mecánica. El mayor de 4 hermanos, en su casa no hay luz ni calefacción. Estudia una media de 7 horas al día sobre un colchón y una manta por encima. Tampoco puedo olvidar la sonrisa de Wael, de 1 año, en brazos de su abuela. Los dos son desplazados por la guerra y viven a 1 km del frente, en un edificio en ruinas a punto de desmoronarse... O las palabras de aliento de Georges Sabé: “Todos formamos parte del mismo planeta. De qué sirve que estemos bien, si lo que hay alrededor se derrumba. No podemos permanecer indiferentes...”. El 24 de febrero finalizaba el permiso de visado y tuve que marcharme de Siria. Dejé el país bajo un bombardeo intenso sobre Guta y una lluvia de morteros en el centro de Damasco. Abandonaba Siria entre lágrimas, con la sensación de que, de alguna manera, era como si los abandonara... Marchaba siendo consciente de que una parte de mí se quedaba atrás, con ellos.