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La pandemia en los países en desarrollo y las ONGs

La pandemia en los países en desarrollo y las ONGs

Patxi Álvarez de los Mozos SJ, adjunto a la Dirección de ALBOAN.

Artículo publicado en orkestra.deusto.es

 

La enfermedad por coronavirus se ha propagado a velocidad de vértigo desde el primer caso que se dio a conocer en la ciudad de Wuhan el pasado 5 de enero. Ha alcanzado ya todos los rincones del planeta a través de los flujos de personas, como muestra de que hoy todo está conectado.

 

En nuestro país el confinamiento de estos últimos meses ha estado dirigido a impedir el colapso del sistema sanitario y a limitar el número de muertes, mientras la desescalada aspira a seguir manteniendo la enfermedad bajo control sin provocar el desbordamiento de los servicios de salud.

 

Este objetivo resulta inalcanzable en la mayoría de los países en desarrollo, muchos de ellos excesivamente pobres. En ellos, el primer impacto está siendo sanitario: aumentan el número de contagios y con él suben también las muertes provocadas por el virus. Las estadísticas, muy limitadas, son incapaces de describir el alcance y la gravedad de la situación.

 

Bajo la denominación de países en desarrollo se engloban estados con grandes diferencias. Los más pobres se encuentran como bloque en el África subsahariana, pero otros con una mayor renta per cápita que los africanos, están atravesados por grandes desigualdades que restringen a una minoría pudiente el acceso a una sanidad de calidad, como puede ser la India o Brasil.

 

En todo caso, los países en desarrollo carecen de sistemas suficientemente dotados para detectar el grueso de los contagios y sus postas médicas y camas hospitalarias no disponen de los medios necesarios para hacer frente a los casos más graves. Las dotaciones sanitarias ya eran precarias y esta epidemia está dejando en evidencia sus graves limitaciones.

 

En general, estos países impusieron el confinamiento muy tempranamente, cuando apenas se habían detectado casos de la enfermedad, una medida que les ha ayudado a retrasar la propagación del virus. Sin embargo, el confinamiento ha traído consigo otros perjuicios, que se describen a continuación en sus rasgos comunes a muchos países (1).

 

El confinamiento está resultando prácticamente inviable en barriadas donde el hacinamiento es frecuente, como sucede en las grandes urbes de los países pobres. Ya hemos comprobado cómo el coronavirus se expande por las sociedades como el fuego en un bosque reseco. Contenerlo conlleva construir grandes cortafuegos de distancia social, pero en algunos lugares esto es sencillamente inviable.

 

Se insiste en la limpieza de manos y en la higiene para limitar la propagación del virus. Sin embargo, la escasez de agua potable está obstaculizando el aseo preciso. También se multiplican las situaciones de violencia de género en condiciones de encierro familiar, en las que la falta de medios de vida aumenta aún más las tensiones.

 

Los estados de alarma o de queda establecidos por los gobiernos han tratado de controlar los movimientos de las personas. Esta paralización ha detenido la economía informal sobre la que viven una mayoría de familias. Subsisten con el ingreso diario, a partir de los escasos recursos que obtienen por pequeñas ventas en la calle o en algún mercadillo cercano. El confinamiento ha detenido el flujo de mercancías y de ingresos, extendiendo poco a poco el hambre en muchas localidades. A ello se añade la carestía que se está produciendo en el coste de productos básicos.

 

Se piensa que los avances en disminución de la pobreza extrema que se han producido en las últimas décadas puedan desvanecerse en estos pocos años. El primero de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, el de erradicar la pobreza extrema, se aleja cada vez más.

 

Las escuelas también se han cerrado y el alumnado no tiene fecha de regreso a las aulas. Se intenta mantener la enseñanza a distancia, pero los niños y niñas no tienen un lugar adecuado para estudiar en sus casas, muchas veces no disponen de acceso a internet o los únicos medios a disposición de sus maestros es la pobre pantalla de un móvil. Peor aún es la situación de quienes carecen de electricidad, algo aún muy frecuente en el mundo. Esta generación de niños y niñas está expuesta a perder un curso o más, agrandándose con ello la brecha de la desigualdad.

 

El ámbito rural está mejor preparado para preservar la distancia social y para mantener una pequeña actividad agrícola que sostenga la alimentación familiar. En muchos países se están produciendo movimientos masivos de personas que vuelven –con frecuencia a pie, en larguísimas caminatas– de las ciudades a sus tierras en el campo, propagando con ello el virus y extendiéndolo por todos los rincones. Estos éxodos se están produciendo en América Latina y en la India.

 

Muchos países pobres tienen gran cantidad de compatriotas trabajando en el extranjero, que envían dinero a su país constantemente en forma de remesas. Son trabajadores que están siendo afectados por el paro en los países de recepción, por lo que el ingreso de las remesas ha caído de forma dramática, añadiendo una dificultad más a una situación ya muy precaria.

 

África sigue siendo una incógnita, pues el número de casos y defunciones reportados por las autoridades es muy bajo. Tal vez sea debido a la juventud de las poblaciones, al carácter eminentemente rural que aísla las comunidades o a la pobreza de las estadísticas, pero el hecho es que parece que en la mayor parte de los países africanos la pandemia está afectando poco.

 

Un caso particular se encuentra en los campos de refugiados. Confinados, hacinados, sin acceso a bienes básicos y sin presencia de las ONGs que habitualmente los atiende, están sufriendo particularmente los perjuicios del confinamiento.

 

Finalmente, numerosos estados están aprovechando la coyuntura para apuntalar políticas de control social. En la India se han extendido numerosos bulos de la propagación voluntaria del virus por parte de los musulmanes, reforzando con ello las políticas de represión de la minoría musulmana por parte de un estado con ideología primacista hindú.

 

La gran dificultad de todos estos países se encuentra en la pobreza de sus poblaciones y en las limitaciones de sus estados, que no pueden cubrir las muchas necesidades que surgen, ni controlar los flujos de sus poblaciones.

 


¿Cuál es la tarea de las ONGs en esta situación?

Las asociaciones y ONGs de la sociedad civil están tratando de responder a las necesidades que se están produciendo. Forman parte de ese entramado de actores territoriales cuya articulación es esencial al hacer frente a la pandemia, como señala Francisco Alburquerque. Buena parte de sus intervenciones se están dirigiendo a ofrecer ayuda humanitaria: reparto de alimentación, productos de primera necesidad y paquetes sanitarios. Muchas de las ONGs que se dedican a labores relacionadas con el desarrollo de capacidades productivas se encuentran paralizadas por el confinamiento, o están tratando de redirigir sus actividades.

 

Se están promoviendo los proyectos comunitarios, como las “ollas comunes” o grupos de resistencia. Sin embargo, estas iniciativas están siendo más difíciles de llevar a la práctica debido al distanciamiento social. La expansión del virus está privando a los más pobres de algunas de sus herramientas más valiosas para hacer frente a su penuria.

 

Algunas ONGs han ofrecido espacios de aislamiento para el personal sanitario expuesto al coronavirus y que así puede dejar de transmitirlo a otros espacios, o en su propia familia.

 

Las radios locales con las que cuentan algunas ONGs están siendo muy valiosas, principalmente en el ámbito rural y en el indígena, para desacreditar bulos y para dar información valiosa y precisa sobre medidas de higiene o para emitir clases para los niños y niñas.

 

Los centros sociales también están alzando su voz sobre lo que sucede a nivel local y conectándose con otros centros que están viviendo circunstancias semejantes en diversos lugares del mundo. Se trata de un intento de seguir construyendo ciudadanía global.

 

Este virus está mostrándonos el lazo que nos une como humanidad. Las vías que hoy facilitan el contagio están llamadas a convertirse en lazos de solidaridad. La humanidad afronta retos enormes en las próximas décadas – calentamiento climático, creciente desigualdad, flujos migratorios…– que los países no podrán superar por separado. Los estados más ricos tal vez podrán hacerles frente por algún tiempo y de forma precaria. Esto es lo que nos dice la actual pandemia. Necesitamos seguir creciendo en conciencia de ciudadanía global. Somos todos responsables del mundo en el que vivimos, así podremos defender juntos los bienes comunes que nos corresponden a toda la humanidad.