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Consuelo Soto: “Pedimos justicia porque si no se respeta la ley el pueblo tolupán desaparecerá”

Consuelo Soto

Consuelo Soto es una lideresa indígena tolupán de San Francisco de Locomapa, en el departamento de Yoro, Honduras. El pueblo tolupán se compone de más de 10.000 personas distribuidas en 12 comunidades comunicadas por carreteras de muy difícil acceso. La historia señala que el pueblo Tolupán es uno de los primeros habitantes de este territorio que hoy llamamos Honduras. Según algunos historiadores este pueblo existe hace más de 7.000 años, antes incluso que los Mayas. Se trata de una zona con mucha riqueza natural que en los últimos años ha sido amenazada por empresas que pretenden a toda costa adueñarse del territorio para extraer madera y antimonio.

Honduras es uno de los países más peligrosos para las personas defensoras del medio ambiente, según se recoge en el Informe Global Witness 2017, ya que en el país centroamericano sólo desde 2010 más de 120 personas han sido asesinadas por oponerse a las presas, minas, la tala o la agricultura en sus tierras. Y es en este escenario en el que vive y trabaja Consuelo Soto. Consuelo pertenece al Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia (MADJ)  que vela por la defensa de los derechos humanos de las minorías indígenas. Soto ha sido reconocida con el premio nacional Carlos Escaleras 2017, y cuenta con medidas cautelares otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a raíz de amenazas de muerte y del ambiente de inseguridad en su entorno.

¿Cómo es la lucha de las mujeres indígenas hondureñas?

Muchas mujeres indígenas son víctimas de la violencia doméstica y esos casos suelen quedarse en el anonimato. Nuestra lucha ha sido difícil porque a los maridos no les gusta que las mujeres salgan de casa para ir a reuniones para organizarse con otras mujeres. Hay que tener bastante paciencia cuando llegas a una casa para conseguir que la mujer se conciencie y comience a colaborar. He vivido en primera persona discusiones con maridos que se quejan de que vamos a sus casas a molestar, a interrumpir.  A ellos sólo les interesa que sus mujeres cuiden de la casa, de los hijos e hijas, que se ocupen de la comida.

Pero ya somos treinta mujeres organizadas. Contamos con una junta directiva que nos facilita el trabajo con las comunidades y tenemos esperanza de que vamos a sumar a más mujeres a nuestra lucha.

¿Qué otras dificultades tenéis que hacer frente?

La distancia entre las comunidades no ayuda. A veces tenemos que caminar tres o cuatro horas y el camino es peligroso porque son “zonas calientes” donde operan sicarios contratados por las empresas. Muchas de nosotras estamos amenazadas y tenemos que pasar por estas zonas para llegar a las comunidades y poder hablar con las mujeres. Otro problema que nos encontramos tiene que ver con la salud. En la zona hay muchas mujeres y niños con desnutrición. Muchas mueren por esta causa, sobre todo durante el embarazo cuando llega el momento del parto ya que no lo resisten. En la zona hay un centro de salud, pero es insuficiente para prestar asistencia, ya que se trata de una población de 20.000 habitantes y en el centro sólo trabaja una enfermera para dar atención.

¿Quién os acompaña en vuestra lucha?

El Equipo de Reflexión, Información y Comunicación de la Compañía de Jesús en Honduras, ERIC, nos acompaña y también el Foro de Mujeres por la Vida, una plataforma feminista de 17 organizaciones de mujeres y mujeres independientes, que aúna fuerzas en la defensa de los Derechos Humanos de las mujeres en las zona noroccidental de Honduras. Ahora tenemos más fuerza que cuando comenzamos. Como mujeres estamos contentas, porque nos ha costado mucho trabajo pero hemos logrado algo de lo que queríamos. Yo comencé mi lucha en un grupo de hombres. En ese grupo sólo estábamos dos mujeres y pensé que tenía que haber más mujeres con ganas de luchar. En las tribus tolupanes hay muchas mujeres. Y decidí que debíamos sumar más mujeres a nuestra causa. Ahora somos un buen grupo y estamos dispuestas a manifestarnos. A veces hay divisiones entra las mujeres y los hombres, porque ellos quieren ocupar más espacios y que nosotras nos quedemos en casa. Pero ahora eso se acabó y las mujeres salimos a la calle a protestar. Esa lucha, esa presencia es una de las cosas que más alegría me dan para seguir trabajando.

¿Cómo es vuestra relación con  las empresas?

No tenemos contacto directo, porque intentan asustarnos. Nos amenazan por teléfono y por correo. Me han ofrecido sobornos para que deje de luchar. Siempre contesto que no puedo decidir por todo mi pueblo, que debo respetar su opinión. Por esa razón comenzaron las amenazas. Mis compañeros me decían que no debía arriesgarme tanto y denunciamos a las autoridades, pero no hicieron nada. Durante uno de los desplazamientos a una de las comunidades nos avisaron que debíamos cambiar la ruta porque nos estaban esperando para atacarnos. El mayor problema que veo es que aunque denunciemos todo esto las autoridades no hacen nada para evitarlo. Si hubieran actuado no hubiera muerto nadie… En 2013 me amenazaron y vinieron a buscarme, pero no me encontraron. Fue entonces cuando mataron a mi compañera Maria Enriqueta Matute junto a otros dos compañeros de la comunidad. Los sicarios vivían a tan sólo 20 minutos (en moto). Detuvieron a uno de ellos, pero el otro aún está libre. Veremos si se cumple la ley.

¿Qué le pides al futuro?

Pedimos justicia porque si no se respeta la ley el pueblo tolupán desaparecerá. Tenemos títulos ancestrales que recogen nuestros derechos, pero no se respetan. El convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales  garantiza los derechos indígenas, pero los están violando a través de títulos supletorios que están aprobando para poder vender nuestra tierra. Hemos denunciado estos hechos, pero las autoridades no hacen caso.

Sabemos que nuestras reivindicaciones son necesarias porque nos beneficia a toda la comunidad: a las mujeres, a niños y niñas y a las personas ancianas también.