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30 años de voluntariado internacional VOLPA | Honduras

Honduras VOLPA

Para celebrar el 30 aniversario de nuestro programa de voluntariado internacional VOLPA, un aniversario tan especial para Alboan y Entreculturas, seguimos poniendo palabras y miradas a las personas que han formado parte de él, y que nos narran sus caminos llenos de enseñanzas y lecciones de vida. En esta ocasión nos trasladamos a Honduras, de la mano de Alexandre, Sara, Miguel Ángel, Aurora, Olga, Patricia, Francisco Javier, Andrea y Oriol, ocho VOLPAS que, por videollamada, unos desde Honduras y otros desde España, han puesto en común sus experiencias.

 

Recuerdan la incertidumbre sobre el destino durante la formación: dudas, miedos, inseguridades y certeza cuando supieron que el destino era Honduras. Para algunos supuso un golpe de realidad y contrariedad, pues ya habían estado cerca y no estaba en sus planes regresar y menos para un año o dos con hijas; hubo quienes tuvieron que buscarlo en el mapa para ubicarlo y quienes se alegraron de saber que por fin podrían llegar, para quien supuso una noticia emocionante por el hecho de llegar a una región de etnia Maya (poder entrar en una cultura indígena), incluso quienes esperaron una segunda opción para poder elegir.

 

Lo que está claro es que nadie se quedó indiferente después del anuncio. Los lugares en los que iban a trabajar eran variados en su ubicación y trabajo: ACOES (en el occidente del país en Copán Ruinas), el Equipo de Reflexión Investigación y Comunicación (ERIC) de Radio Progreso o la Fundación Fe y Alegría (en El Progreso, más al norte) o en Tegucigalpa (la capital del país)...

 

Honduras es un país privilegiado, donde si lanzas una semilla antes de caer al suelo ya ha germinado, un país que cuando empieza la época de lluvias puedes ver crecer la milpa (terreno cultivado, principalmente con maíz) a velocidad vertiginosa, reverdecerse los prados y los bosques como milagro diario. Honduras te permite pasear y comer mangos, aguacates, nances, guayabas, guanabas, limones, lichas, naranjas o toda la variedad de banano, plátano... que te puedas imaginar, casi sin esfuerzo. Pero al mismo tiempo, la gente en Honduras, a veces, no tiene para comer. A pesar de tener todos esos alimentos y una riqueza natural inmensa, con innumerables playas, montañas, selva, ruinas mayas y 8 comunidades originarias (precolombinas, que aún resisten a la globalización). Honduras también es un país de sonrisas de niños y de hombros tristes bajo cabezas gachas. De tremendos atados de leña sobre tiernas espaldas con los pies en el barro. De nubarrones relampagueantes  y de sol abrazador.  De mucho color en sus mercados, en las aldeas, y de gran pasión en la música que suena a toda hora y a todo volumen como queriendo ahogar la demanda de tantas faltas.

 

Antes de aterrizar, resulta sobrecogedora la vista aérea sobre los herrumbrados techos de zinc de las construcciones apretadas en las laderas de los montes que rodean Tegucigalpa. La sorpresa mayor puede ser comprobar el contraste de un gran centro comercial como una bofetada en pleno rostro de la pobreza. En la llegada lo primero que te golpea es el clima cálido y pegajoso que te hace sudar solamente con respirar y lo siguiente el tiempo no meteorológico.

 

Tuvieron distintas experiencias las que vivieron en zonas más rurales y las que no, pero todas tienen en común el sentir la hospitalidad con la que te reciben, te abren sus casas y sus vidas. Nos cuentan que resulta casi estremecedor escuchar las historias de vida, marcadas por la migración (casi siempre forzada) de alguna persona cercana, la violencia que, como persona no hondureña sabes que existe pero no sientes en tus propias carnes, forma parte del contexto, la falta de atención por parte del gobierno en temas tan importante como sanidad o educación. Claro, para un gobierno cuyo objetivo principal se mide en dólares, ya no Lempiras que es la moneda nacional, invertir en la ciudadanía en lugar de robar a la ciudadanía se vuelve casi un milagro. En ese punto, llegan los fenómenos naturales o las acciones no controlables por las personas. 

En la conversación salen varias historias vividas después de grandes tormentas de hace algunos años, la llegada de la pandemia y el paso de los Huracanes ETA e IOTA que llegaron para ponerle la guinda al año marcado por el Covid-19.  En esas situaciones, es común escuchar, que el pueblo salva al pueblo. Y es que a pesar de (todos) los pesares, en Honduras hay un gen que impera: la resiliencia es sobrecogedora. La capacidad para soportar lo insoportable y seguir hacia delante, es tan admirable como la hazaña de Sísifo.

 

Son varios quienes comparten que fueron esas situaciones extremas las que les hicieron conectar con la realidad, sentir que Honduras era el lugar en el que tenían que estar y el momento, el contexto. Podríamos decir que ser VOLPA en Honduras parece mucho más complicado de lo que en realidad es y que cuando te despides, solo puedes aceptar que un poquito del corazón se quedó con las tortillas de maíz, las montañas de cafetales, los frijoles para comer a todas horas, el café recién hecho y los abrazos refugio que fueron casa.