La crisis en Burundi: una tragedia silenciosa

25 de abril de 2015. Bujumbura, Burundi. El partido gobernante, CNDD-FDD, anuncia a su candidato a las elecciones presidenciales: se trata del entonces presidente Pierre Nkurunziza, con dos mandatos a sus espaldas. En cuestión de horas, la sociedad civil protestará masivamente contra lo que considera una violación de la Constitución y de los Acuerdos de Arusha que habían puesto fin, 10 años atrás, a la guerra civil.
La represión de las protestas será inmediata y despiadada (poniendo al país al borde de una nueva guerra) y obligará a más de 300.000 personas a refugiarse en los países vecinos. Más de 150.000 en tres campos de refugiados/as de Tanzania y sus alrededores.
De esto, lamentablemente, casi nadie ha oído hablar.
Un país en el olvido
Tras cinco años de libertades restringidas, tensión social y bloqueo de toda cooperación por parte de la Unión Europea, el 20 de mayo de 2020 se celebraron elecciones presidenciales, legislativas y locales. Aunque Nkurunziza ya no se presentaba, moriría por COVID dos semanas después, su partido resultó ganador con un nuevo candidato, Évariste Ndayishimiye, si bien los resultados fueron impugnados sin éxito por la oposición, dadas las irregularidades detectadas durante el proceso. Actualmente, el presidente Ndayishimiye parece haber estabilizado el país, al menos en lo social.
El reto, titánico, pasa ahora por recuperar económicamente al país. Aunque la restauración de las relaciones de cooperación con la Unión Europea y otros agentes multilaterales a finales de 2022 aportaba esperanza a este futuro cercano, la cruda realidad es que Burundi ocupa hoy el puesto 187 de 191 países en el Índice de Desarrollo Humano que publica anualmente la ONU.
Su PIB per cápita de 245 dólares es el más bajo del mundo, lejos de los 415 dólares de Sierra Leona, el penúltimo de la lista. La escasez de divisas en el país es alarmante y el franco burundés es cada vez más débil frente al dólar y al euro. En 2023 la inflación alcanzó el 28,7% y para 2024 las previsiones más optimistas la sitúan alrededor de 16,5%.
El déficit de divisas ha provocado un aumento generalizado de los precios, sobre todo de los productos importados. El cierre de fronteras terrestres con el consiguiente bloqueo del comercio transfronterizo con Ruanda, fruto de la injerencia de ambos países en el conflicto del este de la R.D. Congo, impacta negativamente sobre la ruta de los productos provenientes de Uganda y de los puertos del Índico (Mombassa y Dar-es-Salam, principalmente).
A esto se añaden las limitaciones del transporte de mercancías provocadas por el grave problema de aprovisionamiento de hidrocarburos que sufre el país desde hace dos años, con colas kilométricas y esperas de hasta cinco días en las gasolineras para conseguir combustible.
Esto tampoco lo sabe prácticamente nadie.
Inseguridad alimentaria
Así las cosas, los ingresos del 90% de las familias burundesas provienen de una agricultura dependiente en gran medida de las precipitaciones y que sufre bajos rendimientos debido al pobre acceso del campesinado a fertilizantes orgánicos, biopesticidas y semillas autóctonas de buena calidad. En un contexto de fuerte presión demográfica sobre unas tierras cada vez menos extensas y degradadas como consecuencia de la sobreexplotación, el acaparamiento de tierras para la intensificación de algunos cultivos de exportación y la erosión.
Todo ello unido a los estragos provocados por el cambio climático (en lo que llevamos de 2024, el fenómeno de El Niño ha provocado la devastación de 50.000 hectáreas de cultivo y la pérdida de cosechas para 135.000 familias), deriva en una producción insuficiente y poco diversa que no cubre adecuadamente las necesidades nutricionales de las familias agricultoras, provocando una inseguridad alimentaria endémica desde hace años, que sitúa a Burundi entre los únicos cuatro países con tasas de malnutrición crónica superiores al 40%, con un 52% de niños/a menores de 5 años en situación de desnutrición, según datos del Programa Mundial de Alimentos en enero de 2024.

Son datos serios que, una vez más, no se conocen. O, mejor dicho, nadie quiere conocer. Porque, ¿acaso no estamos mejor sin saber la parte de responsabilidad que nos corresponde en todo esto?
No queremos saber que llevamos 12 años, ya sea con gobiernos de izquierdas o de derechas, sin cooperación española en el África Subsahariana. Al parecer, nos renta más poner el foco en países de la "Frontera Sur" que nos ayuden a controlar la migración como Senegal, Mali o Mauritania; pero sin hacer gran cosa por mejorar la situación de los países "más al sur": verdadero punto de partida de muchas rutas migratorias.
No queremos saber por qué en la región de Grandes Lagos países ricos en recursos naturales como la R.D. Congo o Burundi permanecen a la sombra de Ruanda, un país subsidiado por EEUU, Reino Unido, Holanda, etc. que goza de prerrogativas especiales -permítannos el eufemismo- para el comercio de unos minerales estratégicos que no se encuentran en su subsuelo.
Esto está muy bien porque lo que necesitamos aquí son dispositivos móviles cada dos o tres años a buen precio, sin preguntarnos cómo de justa y sostenible es su cadena de suministro.
Consumo global, impacto local
No queremos saber que el café, el té, el algodón y el arroz producido en Burundi no se consumen en Burundi, sino muy lejos de allí. Aquí, sin ir más lejos. Y a muy buen precio, por cierto, a costa del campesinado burundés que se ve forzado a malvender la producción a exportadores locales que trabajan para multinacionales textiles o agroalimentarias.
Así podemos sentirnos felices comprando barato en tiendas de ropa y cadenas de supermercados muy conocidas en nuestras ciudades.

No queremos saber el impacto ambiental y social de nuestro capricho de disponer durante todo el año de bananas o piñas en nuestros lineales o de cocinar o consumir productos elaborados con aceite de palma… Es mejor convertir África en el invernadero del mundo, aunque sólo sea durante el puñado de años que tarde su sustrato en ahogarse por culpa de los fertilizantes NPKs, los pesticidas químicos de síntesis y las semillas manipuladas genéticamente que nuestra demanda irracional está forzando a extender en el agro africano.
La emancipación de la mujer, las transiciones energéticas, la brecha digital, la inteligencia artificial, la fuga de cerebros… Hay otros muchos temas que sólo entendemos desde nuestra remota zona de confort y cuyo impacto en África nos viene bien seguir ignorando. Muchos, demasiados temas. Tantos que solamente intentar enumerarlos da pereza… ¿No?
¿Qué podemos hacer ante esta realidad?
La situación en Burundi, como en muchas otras regiones de África, es alarmante. Pero no podemos resignarnos a la ignorancia o la indiferencia. Aunque la realidad sea dura, tenemos la oportunidad de actuar, de ser parte del cambio y de mejorar la vida de las comunidades.
Desde Alboan, trabajamos codo a codo con las comunidades más vulnerables, apoyando proyectos que promueven el desarrollo sostenible, el acceso a alimentos y el fortalecimiento de la educación y los derechos humanos. Sin embargo, no podemos hacerlo solas. Tu apoyo, por pequeño que sea, puede marcar una gran diferencia.
Te invitamos a colaborar con nuestros proyectos en Burundi y otras regiones que necesitan urgentemente nuestra ayuda. Con tu contribución, podemos seguir luchando por un mundo más justo, donde todas las personas tengan la oportunidad de prosperar en su propio país.
Hazte parte del cambio. Porque, aunque sea más fácil no saber, elegir informarnos y actuar nos acerca a la justicia que tanto necesitan.